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Recetas fáciles. Una novela. Un restaurante: "EL cartero llama dos veces". Listas de ingredientes y forma de preparación. Un amigo de la infancia y socio. Un griego muerto. Una mujer con dinero. Un ex actor porno. Un sicario. Cocaína y otras drogas. Un plan.

12.12.06

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"Llegó la hora de elegir un par de camareras para el restaurante. Era necesario para continuar con el plan. Pusimos el aviso. Se formó una línea única en la calle que se abría en dos dentro de salón. Una fila llevaba a Pedro, la otra a mí. A media mañana El cartero llama dos veces olía a perfumes de todo tipo. Relatos, problemas, y sonrisas. Novios que se fueron. Hijos en edad escolar. En busca del primer trabajo. Amplia experiencia en el tema. Un ex jefe nazi. Me cansé enseguida. No me gustó el trabajo.
Le avisé a Sandro que salía un rato. Quedó a cargo de mi fila de camareras.
Pasé por la puerta de la pizzería de René. Estaba cerrado todavía. Seguramente la mujer de René se había retrasado buscando a los chicos en la escuela y llevándolos a la casa de su madre. Los primeros días sin René fueron duros para ella en el negocio. Ahora, salvo por alguna demora de minutos en abrir, la pizzería funcionaba perfectamente. Una semana atrás la había mandado a Stella para que la ayude con las masas y las salsas. Fue un acierto. Stella se convirtió en socia y amiga de la mujer de René enseguida. Incorporó sus empanadas al menú. Fueron un éxito desde el primer momento. En la zona estaban cansados de las empanadas industriales. Y no se puede comparar: una empanada descongelada y metida en un microondas, con una amasada por una ex actriz porno, con un relleno jugoso y un poco picante, y bien dorada por fuera en un viejo horno de pizzería.
El éxito del negocio de René, sin René, no me molestaba. Al contrario, me alegraba por la mujer de René y el futuro de los chicos. Y por Stella, que había encontrado algo que le gustaba hacer más que quedarse en casa con los gallos de riña.
Volví sobre mis pasos. Me paré frente al restaurante en la vereda contraria. El sol cortaba el frente transversalmente en dos partes exactamente iguales. Un artista había trabajado en los vidrios el día anterior. Ya se podía leer en ellos el nombre del restaurante. Al diseño le había agregado, a pedido nuestro, un sombrero y una cabellera rubia. Miré a los que pasaban por la puerta de mi restaurante. Eran pocos los que prestaban atención a los cambios. Casi todos iban apurados. Salían o entraban al banco. Miré el banco. El sol le daba en todo su frente, ninguna sombra le molestaba. El aire acondicionado, desde el techo, producía una llovizna casi imperceptible. Entré.
Una de las empleadas me sonrió. Tenía un par de aros enormes colgando de sus orejas. Nos habíamos visto en la calle un par de veces.
Me preguntó por El cartero llama dos veces. Me sorprendí. Me puse un poco paranoico. Recordé que el vidrio ya tenía impreso el nuevo nombre. Sonreí.
Le dije que no faltaba mucho para la inauguración y prometí avisarle apenas tuviéramos una fecha.
Me miró a los ojos. Miré el salón y después sus ojos. No era la primera vez que entraba pero sí era mi primer visita como vecino. La chica se levantó de su escritorio. Tenía las piernas bronceadas en forma muy pareja. Su pollera era más corta que la de las demás empleadas. Miré a las demás empleadas. Tenían más años, más trabajo, y no tenían tiempo para relaciones públicas.
La chica volvió con un tipo. Nos presentó. Nos dimos la mano. Me hizo pasar a su oficina. Era uno de los jefes. Tenía un reloj enorme. Estaba contento por lo del restaurante. También había visto el vidrio impreso. Nos sentamos.
Dijo que se moría por el sushi y que se reunía con sus amigos a comer sushi.
De un cajón sacó un álbum de fotos. Me lo pasó. Lo abrí. Miré las fotos. Le sacaba fotos a sus sushis.
Lo invité a la inauguración. Le encantó la idea. Me miró a los ojos. Miré la decoración de la oficina y después sus ojos. Sonreímos.
Seguí mirando el álbum de sushis. Nigiri sushi, norimaki sushi, sobre platos negros y rojos. Algo de tempura, blanco y crocante, también muy bien acomodado sobre hojas de lechugas. Teriyaki y sashimi, gyozas bien doradas en la base.
Levanté la vista aunque seguí con el álbum de sushis abierto. Le dije:
Antes de los restaurantes, me dediqué un tiempo a exportar pescado al Japón. Los japoneses se mueren por los pescados de nuestros ríos.
Qué interesante, dijo.
Miré la próxima foto de sushi. No le dije que los pescados iban rellenos de cocaína.
Qué pasó con eso, preguntó.
Miré la oficina. Me acomodé en la silla. Apoyé los codos en el apoyabrazos e hice un triángulo uniendo los dos índices y los dos pulgares. Lo miré atravesando la vista por ese triángulo.
Unos yakuzas intentaron estafarme, dije.
Se mostró mucho más interesado.
Con esa gente hay que tener cuidado, dijo. ¿Qué pasó al fin?
Di vuelta otra hoja del álbum de sushis. Miré al tipo. Era un de esas personas con mundo que se interesan por todo de buena manera. No al estilo René, metiéndose y arruinando todo hasta que no queda otra cosa que sacarlo del medio a tiempo.
Me di cuenta justo a tiempo y dejé de hacer negocios con ellos, dije.
Menos mal, me contestó. Suerte que no sea fácil engañarnos. Los que vivimos en este país, lamentablemente estamos muy acostumbrados a cuidarnos de todo.
Sí, dije. Al principio pensé que eran gente decente. Con tatuajes de dragones y esas cosas, pero decentes. Hasta que un día fuimos a comer un asado, querían probar la carne de la que tanto habían oído hablar.
Pasé otra página del álbum. Me acomodé en la silla. Seguí:
Tengo que confesar: me equivoqué con el lugar para el asado. Tenía buena fama y estaba bien arreglado, pero la carne la servían dura y recalentada. Pero me disculpé y empezamos a comer igual. Teníamos hambre. El hecho es que ninguno de los dos japoneses podía cortar la carne sin hacer un gran esfuerzo. Nos miramos con mi socio, prestamos atención, y nos dimos cuenta de que de los diez dedos de cada uno de ellos, dos en cada mano, eran de silicona.
El tipo se quedó pensando. Mi relato lo asombraba más a medida que avanzaba, pero seguía a tono con la situación.
Claro, dijo. Típico de la mafia japonesa. Cuando siente que han hecho algo deshonroso se cortan ellos mismos un dedo.
Sí, dije. En fin: Íbamos a dejar de hacer negocios, pero llegamos a la conclusión con mi socio de que si pagaban, estaba todo bien. Nosotros solamente comprábamos los pescados en un criadero, nada de sacarlos del río y de no respetar los tamaños de las piezas…
Mi nuevo amigo hizo señas como diciendo por supuesto, todo por derecha.
Seguí:
Después los llevábamos a un lugar donde le practicábamos el proceso de ahumado. Teníamos un experto en eso. El tipo sabía realizar una combinación de maderas y de hierbas perfecta. Conocía qué material le daba brillo, cuál sabor, y todo pasaba a través del humo. Increíble.
El tipo se acomodó en su silla. Dijo:
El proceso de ahumado es algo realmente muy interesante. Es una técnica antigua.
Milenaria, dije.
Nos acomodamos en nuestras sillas de nuevo. El tipo me miraba. Al rato dijo:
Así que la materia prima era de primera, la elaboración del producto aún mejor, pero los socios no estaban a la altura de las circunstancias.
Exacto, dije. Pero un samurai que se preocupa por adelantado de todas las situaciones y soluciones posibles, es sabio. Llamamos a Japón usando un traductor. Después de varios intentos dimos con el jefe de los jefes de esos yakuzas. Un viejo de noventa años que no conocía el mundo más allá de su isla. Nos explicó sinceramente como era la cosa: la organización estaba en decadencia. Muchos arrepentidos con nuevo nombre y nueva cara. Poca gente joven con capacidad para los negocios. Muchos pendejos pelotudos. Estos dos justamente, eran unos desertores que querían hacer negocios por su cuenta, usando los contactos de la organización en Sudamérica. Pero el viejo nos aclaró: tan tontos como peligrosos. Después dio su palabra de que todo iba a salir bien si hacíamos el negocio directo con él. Y cumplió.
No le conté nada sobre cómo terminaron los dos yakuzas desertores: destripados con sus propios sables de samurais. Aunque tuve ganas de hacerlo. El señor gerente era un buen escucha. No se asustaba fácilmente. Como sí lo hacen otros tipos con un trabajo aburrido, al sospechar que el mundo no termina en la esquina.
Tampoco le conté que me quedé con uno de los sables. Uno de mis bienes más preciados, que tan bien hubiese quedado en una foto al lado de sus sushis.
Cerré el álbum y lo dejé sobre el escritorio.
El tipo me seguía mirando. Creo que su interés no pasaba sólo por saber más sobre exportación de pescado. No lo culpo. Esa mañana me había peinado para atrás con un producto que guardaba para ocasiones especiales.
Entró otro a la oficina. Más viejo, vestido con un traje más caro. Era el gerente del banco. El de los sushis nos presentó. Le explicó que yo era el nuevo dueño del restaurante. Se rieron. El nombre les daba gracia porque conocían la historia del griego. La real y la de la película.
Me reí con ellos, poniendo cara de pícaro.
El gerente se fue sin decir demasiado. Trajeron café. La mirada del tipo empezó a molestarme. Seguí sonriendo. Terminamos el café. Le dije que me tenía que ir, que el café automáticamente me daba ganas de ir al baño. Nos reímos. Me ofreció el baño. Caminamos por un pasillo. Abrió una puerta de madera y otra de rejas. Pasamos por al lado de la caja fuerte. Atravesando otra puerta de madera entramos al baño. El tipo entendió que se estaba dejando llevar por sus impulsos y salió. Me lavé las manos. Me acomodé el pelo. Salí, volvimos por el mismo camino y nos sentamos en su oficina.
Sentí ruido de aros golpeando contra un cuello y de tela rozando un muslo bronceado. Estaba muy atento. La empleada del principio entró con unos papeles. Me miró. Sonrió.
Dije que me tenía que ir.
El tipo trató de retenerme mostrándome otro álbum de fotos.
Le dije que lo dejábamos para otro día.
La empleada me acompañó hasta la parte de adelante. Me puse los lentes de sol. Salí. Miré la entrada de El cartero llama dos veces. El sol se había corrido y ya no había sombra alguna sobre el frente."


http://www.sosrioparana.com.ar

2 Comments:

  • At 12:35 a.m., Blogger marlboroblog said…

    Llegué hasta aquí hoy. Me lo lei de un tirón con mucho gusto, tiene dinámica y dan ganas de más, hacia adelante y hacia atrás. Además está muy lindo el aspecto del blog en general. Un abrazo y dale que está bueno.

     
  • At 1:14 p.m., Blogger Ramiro Espinoza said…

    Queremos más! Queremos más!

    :)

    R.

     

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