sinplan

Recetas fáciles. Una novela. Un restaurante: "EL cartero llama dos veces". Listas de ingredientes y forma de preparación. Un amigo de la infancia y socio. Un griego muerto. Una mujer con dinero. Un ex actor porno. Un sicario. Cocaína y otras drogas. Un plan.

8.10.09

Carmen llamalo.

Es mediodía, estoy solo. Vengo de varias noches soñando cosas que pudieron haber ocurrido hace unos años, en otra ciudad; pero esto es solo una sospecha, ya que no recuerdo los sueños con claridad al despertar.
Esta mañana, Luciana no estaba de muy buen humor. Durante un rato no supe bien porque, hasta que me confesó que anoche volví a nombrar a Carmen.
Luciana no sabe casi nada de Carmen, Carmen no sabe nada de Luciana, yo se algo de las dos, y no se nada de Carmen en este momento.
Carmen, llamálo. Dice Luciana que dije.
Era temprano y estábamos desayunando en el patio. El calor acaba de llegar a la ciudad y eso no es poco. Faltaba un buen rato para que Luciana se tenga que ir a trabajar, así que, acomodándome en la reposera, comencé desde el principio:
Odiaba la ciudad donde vivía cuando conocí a Carmen. Fue un accidente ya que casi me estaba yendo. Tenía mis cosas preparadas en un par de bolsos y varias cajas. No quería seguir viviendo en esa ciudad por nada del mundo.
Mandé a la mierda el trabajo, abandoné la casa tomada que compartía con unos artistas peruanos. Me fui a vivir con Carmen, pero deje mis cosas embaladas en un rincón del living.
Esto no le gustó nada a Carmen. Fue una de varias cosas que no le gustaron.
Un par de semanas después, mientras Carmen no estaba en casa, metí todo en un taxi, y me fui de la ciudad sin avisar.
Estuve solo un tiempo, viviendo en lo de mi vieja A veces, planeaba viajar y visitar a Carmen, pero nunca lo hice.
Conocí a Luciana. Se puede decir que no nos separamos desde el primer momento, que casi no dormimos solos ni una noche; salvo una en la que ella tuvo que arreglar algo con su antiguo novio. Noche que duró casi un mes, pero que no viene al caso.
Al tiempo de vivir con Luciana empecé a viajar por trabajo. No eran viajes largos: salir a la mañana y volver a la noche.
En uno de eso viajes pare en una sheel a tomar una cerveza y comer algo. Llovía. La ruta estaba imposible de transitar sin tener los pelos de punta.
En una mesa cercana había una persona que conocía pero no podía recordar de donde.
Al rato esta persona se acercó. Tenía el mismo problema: me conocía pero no sabía de donde. Lo invité a sentarse. Vimos posibilidades hasta deducir que nos conocíamos gracias a Carmen.
Le pregunté si sabía algo de ella.
Me contó que Carmen había dejado su trabajo, que había tenido un hijo con un tipo que tenía esposa e hijos, que el tipo no había aceptado al niño, y que todo había terminado en un juicio, pruebas de ADN, y visitas periódicas de Carmen al psiquiatra.
Le pregunté si tenía forma de comunicarme con ella.
Al rato tomó lo que le quedaba en el vaso, se paró y se fue.
Me quedé viendo como el auto se perdía en la lluvia, con un papel donde estaba escrito el teléfono de Carmen en la mano.
Cuando volví a la ciudad todavía llovía. Cuando entré a casa Luciana no estaba. Me senté en el sillón y marqué el número de Carmen. Me atendió un contestador. Era la voz de Carmen, pero algo le había pasado a su voz en este tiempo.
Al día siguiente, transitando una ruta tranquila, soleada, y rodeada de campos recién regados por la lluvia del día anterior, volví a intentar. Atendió Carmen. Su voz seguía como en el contestador.
Me contó que había tenido un hijo.
Le pregunté cómo se llamaba.
Me contestó que le había puesto mi nombre. Se rió nerviosa.
No me dio detalles de juicios, ni de exámenes de ADN, ni nada de eso.
La felicité.
Me explicó, que había dejado el departamento donde vivimos ese par de semanas. El nuevo departamento era algo chico, un piso siete. Para ella y su hijo era suficiente...
Tomé la costumbre de llamarla casi todos los días, mientras Luciana no estaba o cada vez que me aburría viajando.
Cuando Luciana estaba, me dedicaba a estar con Luciana. A hacer el amor, cocinar, ir hasta el río...
Me olvidaba completamente de Carmen, de su voz entrecortada de ahora, de su hijo gritando cerca del teléfono, de cómo se vería aquella ciudad desde ese piso siete.
A medida que las conversaciones telefónicas con Carmen avanzaron, su voz comenzó a mejorar y su humor también.
Me asusté. Entendí que lo que estaba haciendo no estaba bien. De la misma manera como me fui un día sin avisar, dejé de llamar.
Después de una semana estaba un poco preocupado por Carmen, así que volví a llamar. Tenía la intención de avisarle que no iba a hablar tan seguido, pero que cada tanto lo iba a hacer para saber como andaba.
Eran las seis y treinta y cinco de un viernes de primavera. Faltaban tres días para que comience el verano y muy poco para navidad. La voz se oía peor que nunca, arrastraba las palabras.
Me pidió enseguida que vaya a visitarla y a conocer a su hijo.
Le contesté que no me paresia buena idea.
Nos quedamos callados un momento.
Para cambiar de tema le pregunté como andaba el chico.
Me contestó que su hijo jugaba en el balcón en ese momento... Estaba aprendiendo muchas cosas rápidamente. Como decir algunas palabras, y treparse a las sillas y a la cama.
Se quedó callada.
Me quedé pensando.
En cambio a mí, cada vez me cuesta más trabajo levantarme del sillón y de la cama, dijo Carmen. Ya no tengo ganas de hacerlo.
nos quedamos callados de nuevo.
Carmen, llámalo, le dije.
Me gustaría mucho que vengas a visitarme, contestó.
Le volví a decir que no me parecía buena idea por ahora.
Demoró en contestar el tiempo necesario para dar una pitada a su cigarrillo, soltar el humo, beber un trago de lo que estaba tomando. Sentí los hielos chocar contra el vidrio del vaso pero no entendí la respuesta. Fue algo sin sentido, arrastrando las palabras más que nunca. Me agarré la cabeza y dije:
Carmen, no lo dejes jugar solo ahí, llamálo.
Segundos después sentí un grito que no puedo olvidar.
El teléfono de Carmen quedó seguramente sobre la alfombra o colgado del cable.
Sentí puertas, más gritos, corridas, bocinazos, y por último, al rato, la sirena de un ambulancia.
Esta mañana, cuando terminé la historia, Luciana se había terminado su café con leche pero no había tocado el pan tostado. Tenía los ojos con lágrimas. Estamos esperando un hijo.

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