El cangrejo.
Diciembre de 1989. Un
auto para de golpe en la destruida costanera de la ciudad. Un hombre joven baja
apurado, tira de una de las puertas de atrás y ayuda a dos chicos a descender. Los
lleva hasta la costa, les pide que se sienten en un escalón, se queden mirando
el río, y no se den vuelta hasta que el regrese.
Marcos tiene siete años y
Julieta tres. Miran el río: un caldo marrón que baja desde el Amazonas
arrastrando enormes camalotes.
Apenas el auto arranca
Julieta no hace caso y se da vuelta unos segundos. Luego vuelve a mirar el
agua, se pone las manos entre los muslos y suspira.
Marcos se da vuelta justo
cuando el auto está regresando marcha atrás a toda velocidad. Se le congela la
sangre.
El conductor baja una
ventanilla y lo llama. Marcos camina hasta el auto con la cabeza gacha pero con
los puños apretados. El tipo le da una bolsa de papa fritas empezada y una
botella de plástico con agua hasta la mitad.
Mientras Marcos vuelve a
la posición junto a su hermana, el
conductor mira hacia todos lados para asegurarse que nadie lo esté viendo. Saca
un papel brillante con cocaína y toma ayudándose con la llave del auto. Guarda el papel, enciende
el motor y se va.
Son las siete treinta de una mañana un poco fría para la
altura del año. Marcos abraza a su hermana.
Son las nueve y aún no
hablaron, no dejaron de mirar el río, y no tocaron la bolsa de papas fritas ni
tomaron un sorbo de agua.
Son apenas pasadas las
nueve cuando Julieta abre la boca para bostezar y decir que al novio de mamá no
lo quiere nada, ni siquiera un poco por las papas y el paseo en auto.
Marcos no le presta
atención. Un cangrejo rosado está saliendo del agua para tomar unos segundos de
sol en la arena. Cuando se vuelve a meter al agua y desaparece Marcos mira a su
hermana. Quiere tratar de explicarle algunas
cosas que apenas entiende pero no lo hace, se queda callado.
El sol comienza a picar,
se sacan algo de ropa y pasean por la costa sin alejarse demasiado del punto
donde fueron dejados. El paseo fue destruido hace poco por una inundación.
Saltan entre bloques de cemento y bolsas de arena.
Pasa muy lento un bote de
pescadores a motor. Los tripulantes levantan la mano. Marcos los saluda y se
queda mirando el bote hasta que se pierde en una curva del río.
A las doce del medio día
organizan el almuerzo. Extienden el abrigo de Marcos sobre un bloque de cemento
y hierros retorcido. Apoyan allí el paquete de papas y el agua. Almuerzan despacio,
con las manos sucias de haber arrojado piedras al río durante una parte de la
mañana.
Comienzan a llegar grupos
de jóvenes. Algunos se instalan sobre una pendiente de pasto para pasar la
tarde al sol. Otros se quedan sobre la acera de cemento al resguardo de los
árboles. Pasan chicos de la mano de sus padres. Pasan un par de policías a
caballo. A Julieta le gustan los caballos pero les asuntan los policías. Llegan
los vendedores de globos y de golosinas. El aire comienza a llenarse de olores
y sonidos que a Marcos y a Julieta les hace recordar a su madre, a su padre, y
a otros días de paseo. El vendedor de pochoclos enciende la máquina. El disco
plateado comienza a girar lentamente. Los granos de maíz se calentaran y
explotaran para convertirse en maravillas. Y en un rato Julieta desaparecerá
para siempre.
Es abril de 2002 cuando Marcos regresa de uno
de sus viajes. Está sentado en una mesa con una mujer no tan joven, de pelo
corto muy rubio. Le parece extranjera, de Europa del este, y de otra época, no
muy lejana, los ochenta tal vez. Sospecha que no habla castellano y que está
drogada. Lleva puesto un tapado de piel, un collar de perlas falsas, y tiene
olor a ropa guardada durante mucho tiempo en un mueble húmedo. Bebe de su copa
y mira a Marcos a los ojos.
El está vestido con una
campera liviana y una remera que no reconoce. Se siente sucio y cansado pero
está acostumbrado a sentirse así cuando regresa. Ya es algo familiar, sentir el
polvo del camino en su pelo, los pies al rojo vivo, los labios resecos y la
boca pastosa.
Mira a su alrededor tratando
de reconocer el lugar. A simple viste calcula que se trata del restaurante de
un viejo hotel sindical venido a menos, o del comedor de un club social que no
fue remodelado en años. Ya tendrá tiempo de averiguarlo.
Llega el mozo y deja
delante de la mujer un plato enorme con un cangrejo gigante y rosado.
Después le sirve a Marcos
un trozo de carne de unos cinco centímetros de ancho por diez de alto, acompañado
de un puré humeante.
La mujer mira su plato y
se larga a llorar desconsoladamente.
Antes de irse el mozo le
hace un gesto a Marcos. No entiende bien, pero cree que le pregunta si necesita
algo más. Supone que se refiere a la comida, pero que también se ofrece a hacer
algo por el estado de su compañera.
Marcos le hace unas señas
muy educadas para indicarle que está todo bien por el momento.
Toma los cubiertos y se
coloca la servilleta en la falda. Aún no sabe que está haciendo en ese lugar ni
cómo llegó hasta allí, ni por qué llora su acompañante. Pero cortando la carne
y viendo su interior rojo y tibio, decide que va a comenzar a averiguarlo luego
de llenar su estomago. No es la primera vez que le sucede algo así y sabe que
no va a ser la última.
La mujer deja de llorar y
también toma los cubiertos.
Perdón, pide secándose las lagrimas y los
mocos con las mangas de su tapado de piel. Habla castellano pero con un acento
extraño.
Comienza a pelear contra
el enorme cangrejo y dice:
Es una gistroria muy triste
la que me acabas de contrar.
Marcos la observa arrancar una de las pinzas
del cangrejo. Sabe que no va a recordar jamás los detalles de la historia que
le acaba de contar, pero está volviendo a ser Marcos lentamente y entonces se la
imagina: Su madre tirada en un sillón, el asesinato de su padre, el último
almuerzo con Julieta, el sol sobre el río, el vendedor de pochoclos…
Ruega tener su vieja mochila
en algún lugar. Busca sobre las sillas vacías a su lado y la encuentra pero no
la toca. Sabe que allí deben estar sus cuadernos con mapas, anotaciones,
direcciones, recortes de diarios. Más tarde tendrá que repasarlo y tomar nuevas
notas. Ha retrocedido unos metros en estos últimos borrosos días, pero tiene que
seguir avanzando.
Se lleva un trozo de
carne a la boca y lo disfruta de una manera que no podría explicar con palabras
de ningún idioma.
La mujer se vuelve a sonar la nariz con la manga de
piel y se ríe al ver que su compañero está hambriento.
Me estoy enamorando, se
dice en su idioma. Habla castellano pero piensa y se enamora en su idioma. También piensa:
Cómo no me voy a estar
enamorando de alguien que me acaba de contar una historia así, si siempre me
estoy enamorando.
Se limpia la boca con la
parte superior de su mano derecha y dice:
Creo que conocí a tu germana,
hace un tiempo ya, en Hungría a principio de los novrenta.
Marcos vuelve a cortar un
trozo de carne pero no se lo lleva a la boca. En cambio mira nuevamente el
salón.
En otra mesa una mujer
enciende un cigarrillo y el humo se
mezcla con los vapores que vienen desde la cocina. Le dan ganas de fumar pero
prefiere meterse en la boca el bocado de carne que cuelga de su tenedor.
Su compañera sigue en su
extraño castellano:
Trabajamos juntas en una
película, géramos muy jóvenes y muy boenas. Mi nombre para el cine era Eva, y
así me gusta que me llamen.
Eva aparta a un costado
el cangrejo, termina su vaso de un trago
y sigue:
Es más, compartimos una
escena con tu germana: Julieta, yo, y un actor porno español que olía a ajo y
un poco como este cangrejo.
Se ríe fuerte. Pero
enseguida se da cuenta que su compañero continúa serio. Esto la hace sospechar
que no es un buen método de seducción el que está empleando. O sí, no lo sabe.
Vienen de lugares muy diferentes.
La mujer fumadora apaga
su cigarrillo en un plato que tiene
restos de aceite. Ahora el aire huele de una manera que a Eva le recuerda el
interior de una iglesia ortodoxa.
Se pone a pensar en que
no está bien mentir, que mentir es un pecado. Pero se tranquiliza diciéndose en
su idioma:
Salvo que sea un acto de
amor.
Se queda callada, mirando
a Marcos: el pelo revuelto, la piel curtida del camino, la actitud de rey sin
trono, de actor duro de otra época. Las drogas de los últimos días, y el enorme
cangrejo rosado sobre el plato, hacen que Eva sienta unas ganas terribles de
levantarse y besar a su compañero. Pero vuelve a hablar:
La última vez que vi a tu
germana estaba feliz. Había decidido dejar el cine porno y aceptar la propuesta
de un director de los Gestados unidos
para actuar en una película de terror.
Marcos siente unas ganas
enormes de pararse y pedirle un cigarrillo a la mujer de la mesa de al lado
pero no lo hace.
En cambio le dice a Eva
que necesita ir al baño.
Se levanta de la silla
como si fuera el rey desclasado que Eva imaginó, pero que no puede obviar las necesidades de
cualquier mortal.
En el camino se cruza con
un hombre mayor que arrastra los pies para caminar y va mirando el piso.
Le pregunta si le puede
hacer una pregunta.
El tipo dice sí con la
cabeza.
Dónde estamos, dice.
El tipo sigue su camino
sin contestarle.
En el baño encuentra a
alguien más joven que está llenando una botella plástica con agua de la
canilla. Después de dar vueltas hablándole de cualquier cosa, Marcos se entera
que está en Uruguay, pero no logra saber en qué ciudad exactamente. De todas
maneras cualquier parte de ese país queda bastante lejos de su ciudad en Argentina,
y no tiene idea de cómo llegó hasta allí.
Cuando vuelve a sentarse
a la mesa Eva está fumando un cigarrillo. Le pide uno con un gesto que traspasa
todas las fronteras. Mientras lo enciende ve que los vasos están vacios. Llama
al mozo varias veces mientras fuma. Sin suerte. El mozo está muy ocupado recogiendo platos y vasos de
las mesas para poder verlo, o finge no verlo.
Este lugar es una mierda,
dice Eva dando muestras de sus avances con el castellano. Pero hasta esto puede
ser un paraíso tremporal para el que viene de un lugar mucho preor, aclara en
voz baja.
Eva recorre con sus ojos azules cargados de
maquillaje corrido el salón repleto, y dice también en voz muy baja y acercándose
un poco a Marcos:
O un hogar para quién que
no tienen drónde ir.
Marcos mira a Eva pero no
la está escuchando. Piensa en su padre extranjero, y en una
mujer que conoció que hablaba siete idiomas y dos lenguas muertas. También
piensa en lo mal que estuvo su padre en no enseñarle su idioma antes de dejarlo solo con su madre y su hermana.
Busca un cenicero pero no encuentra. Apaga el
cigarrillo en el piso, enojado con el servicio.
Interrumpiendo a Eva, que trata de seguir
mintiéndole con un fin tan personal como humanitario, dice nervioso y
levantando un poco la voz:
Cuando te arrancan tu
lengua nativa, fuiste. Vienen otros y te quieren programar. Como hicieron con
los aborígenes. Si les sacas la lengua los dominás, los desconectás y les robás
todo.
El mozo le hace señas a
otros dos para que estén atentos.
Marcos cierra los ojos:
Pedro llama a copo de
nieve. Las otras cabras beben de una fuente de agua clara. Heydy llora apoyada
en un árbol y un enorme perro, que tiene su barbilla apoyada en una piedra, la
mira. Pantalla negra de golpe. Marcos mira su propio reflejo en la pantalla. A
su madre le molesta la tele encendida. Julieta aún está dentro de la panza de
su madre haciendo que esta no pueda hacer otra cosa más que vomitar y decir
malas palabras. Su padre camina con el teléfono en la oreja los metros que el
cable le permite. Habla con un tipo con
el que tiene problemas de dinero. Grita y lo desafía a encontrarse en un lugar
neutral. Cuelga y se mete en el cuarto. Sale con un revólver y un machete.
Corre a la puerta, sube al auto y se va para siempre. La madre entra al baño. Marcos
enciende el televisor nuevamente y su reflejo desaparece de la pantalla.
Marcos vuelve a la mesa
con Eva. Las luces del salón parpadean. Afuera ya es de noche, lo puede ver por
una ventana pequeña, redonda, y alta. Se da cuenta que todos en el salón están
fumando. En una mesa cerca de la cocina un mozo vestido de blanco arma
cigarrillos para el que quiera.
Eva busca un puñado de armados sin filtro. Enciende dos
y le pasa uno a su acompañante.
Marcos se para y dice:
Mi padre era el hombre más
rico y poderoso de la tierra pero cayó en un lugar donde le fueron exprimiendo
el cerebro lentamente, hasta que lo mataron como a un perro. Y se quedaron con
todo lo que tenía.
Eva cariñosamente lo obliga a sentarse. Le
revuelve más el pelo, lo besa en la mejilla, acerca una silla y se sienta a su
lado.
Los dos miran como los
demás van corriendo las mesas y las sillas a un rincón.
Creo que hoy va a ver
otra fiestra, dice Eva.
Marcos busca su cuaderno
en la mochila y anota algo. Dice al terminar:
Los cangrejos deben ser
un gran negocio. Un rubro sin riesgos y grandes ganancias.
Eva, que lleva varios
años recorriendo Sudamérica, piensa que Marcos se equivocó de rumbo. Debería
haber ido hacia el pacifico, a Chile, donde ha visto bellos marineros bajar de
los botes con canastas repletas de Cangrejos inquietos.
Pero no le dice nada
sobre el tema, quiere que se ponga bien.
En cambio le pregunta si
sabe bailar.
Marcos le contesta que no
con la cabeza y guarda su cuaderno de notas.
Por fravor, le insiste
Eva.
Marcos se ríe apenas y
vuelve a contestar que no con la cabeza.
Ya hay gente bailando y
alguien dejó una bolsa con disfraces en el medio de la pista.
Por fravor bailemos,
vuelve a decir Eva.
Algún día, sigue Marcos,
voy a recuperar todo lo que me sacaron.
Se para de la silla pero
enseguida queda paralizado. Ve al cangrejo bajar de la mesa descolgándose por
el mantel, y apoyar su panza donde alguien derramó algún líquido viscoso. Se
toma la cabeza.
Conocí a tu Padre, dice
Eva tratando de recuperar la atención de su compañero de esa noche.
En un cabaret de Santiago
de Chile, le aclara.
Marcos enciendo otro de
los cigarrillos de la pila que Eva dejó sobre la mesa.
Tu padre era generoso y
un gran amante.
Ya lo creo, le responde Marcos.
Pero también un gran
bailarín, dice ella mientras se para, le toma la mano y lo levanta de la silla.
Marcos se deja llevar por
el salón hasta el lugar donde varios arrastran sus pies mientras tratan de
seguir el ritmo con el resto de su cuerpo. Las luces parpadean. Todos fuman.
Los mozos y los cocineros salen a ver el espectáculo.
Marcos y Eva comienzan a
bailar tomados de una mano. Eva cada tanto se estira y se enrolla como un yoyo
luminoso. Marcos, lejos de poder seguir el ritmo, se dedica a tocar su propio cuerpo
con la mano que le queda libre, tratando de reconocerse. Entonces encuentra una
etiqueta colgando de su ropa y lee: Psiquiátrico público de Montevideo.
Las luces y los colores
naturales del paseo costero variaron. Los pochoclos comienzan a explotar y a
caer de la fuente giratoria como si fueran copos de nieve. Julieta los mira
maravillada, no puede creer que algo así este pasando fuera de la televisión.
Se acerca y el vendedor le regala un puñado que apenas cabe en su mano. Marcos la
sigue unos pasos atrás pero luego se distrae fatalmente por primera vez, y allí
comienza su largo viaje.
Fin